Supongo que siempre me he sentido un pez pequeño entre tiburones. Mis mejores amigos desde niña fueron todos los libros heredados de mi hermana; ellos me hacían soñar con mil aventuras y con amores mágicos. Era una niña rara, algo tímida, regordeta y buenas notas. Desde otra perspectiva ahora veo que tenía muchas papeletas para sufrir bullying. A ningún niño le gusta estar con otro que es diferente. Paradójicamente el primero que ejerció de abusón conmigo fue Leo. Increíble, pero cierto. Mi mejor amigo era la mente maligna que me perseguía por el patio del recreo haciéndomelas pasar canutas. Aunque sólo verbalmente, nunca hubo sangre. Lo que es la vida...luego se enamoró, como sólo alguien de diez años puede enamorarse, locamente de mí. Y yo se las devolví luego con creces, enamorándome locamente como sólo alguien de doce años puede enamorarse, de otro de esos amigos que luego se pierden por cosas inexplicables, Pablo.
Pero lo que es de risa es que, años más tarde, en su coche, volviendo de una cena con otros amigos, yo le confesé que estaba con Amanda y él me confesó que una noche de agosto perdió la virginidad con un mulato de manos grandes. Él lo tenía muy claro entonces, yo sólo veía clarososcuros. Con el paso del tiempo, todo sigue igual. Somos más mayores, quizá un poquito menos inocentes, pero en el fondo, seguimos teniendo mucho miedo.
¿Mi primer día? Extrañamente normal. Incluso he hablado con Carlota. Insustancial e insuficiente, pero hemos pasado de ignorarnos completamente a ignorarnos un poco menos. La presentación se cambió para el jueves, así que sigo dándole vueltas a mi texto.
Y...bueno, mi cabeza sigue hecha un lío. Hoy estaba con Amanda cuando le dije, medio en serio, medio en broma, que algún día se me cruzarían los cables y me iría con otro. Ella, medio en serio, medio en broma, me respondió: no eres capaz. En ese instante recordé el momento en que Roberto le dice esas mismas palabras a Vera en La piel que habito. Después ella se raja la garganta.
Mañana he quedado con Mateo para tomar unas tapas por la noche. Estoy autoconvenciéndome que no debo subir a su casa, ni tumbarme en su cama, ni dejar que me acaricie la espalda, ni cerrar los ojos, ni dejarme llevar.
Supongo que, a pesar de que teóricamente el verano llega a su fin en pocas horas, yo sigo siendo un pez pequeño entre tiburones, en un gran océano, con fuertes corrientes. Y no tengo más remedio, que seguir nadando.