- Madrugada del domingo: 5.10. Llamada perdida de Amanda. 5.16. Nueva perdida.
Al abrir los ojos a las 7.30 la llamé, preguntándole si estaba bien. "Perfectamente dormida". "Me has llamado por teléfono". "NO". Todavía mi inconsciente no me llama de madrugada.
- Domingo cuando salgo del trabajo: 18.00. La llamo. Dormida. ¿Nos vemos? Uff, estoy muy cansada...
- Lunes (vuelta a la rutina): 9.33. Mensaje en mi teléfono: "Ánimo con el día". ¿Quién la entiende? ¿Y a mí? A las 14.35. Me llama. "¡Me han contratado!". Ilusión mutua. 19.10. La llamo al llegar a casa. "He quedado en un rato. Iré al centro. Sí, el viernes iré a un concierto...A ver si sacas un tiempo para vernos, muchacha".
Sé que yo la he dejado y que no tengo derecho a quejarme. Pero en realidad lo tengo. Esto no tiene ni pies ni cabeza.
Después de la última llamada sólo me apetecía una cosa. Me cambié los botines de tacón por las deportivas. A correr. Y cuando ella venía a mi cabeza, corría más para quedarme sin aliento.
Una técnica espléndida. Sana en todos los sentidos, sobre todo el mental. Porque no he podido darle más vueltas. Hasta que cayó esta maldita noche y no puedo escapar de nuevo.